Mientras la prensa colombiana y la internacional han dado un enorme despliegue al último informe de la Organización de las Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito ONUDD que destaca un aumento de los cultivos de coca en los países andinos en 2007, bastante menos atención se le ha prestado al tema de la revalorización de la hoja de coca que adelantan algunas instancias. La coca no siempre ha terminado convertida en cocaína. Es más, esa transformación de la hoja en clorhidrato de cocaína es un hecho relativamente reciente dentro una larga historia del uso de esta hoja considerada vital para numerosas comunidades ancestrales de la América andina.
Para destacar esto último es que en los últimos años han venido surgiendo diversas iniciativas cuyo objetivo es mostrar la otra cara de la coca. Una cara más auténtica respaldada en siglos de consumo sano, para el que ahora, además, se abren otras posibilidades. Una industrialización y una comercialización reguladas de los más diversos productos extraídos de la hoja de coca podrían llegar a convertirse en una sana fuente de desarrollo de comunidades indígenas y campesinas de los tres países andinos.
Es con esta perspectiva que en Bolivia, bajo el lema de ‘coca y soberanía’, se vienen realizando desde hace varios años ferias internacionales de la hoja de coca. O que el pasado mes de marzo, en el marco de la Feria Alimentaria de Barcelona, una de las más importantes del Mundo hubo un stand dedicado a productos extraídos de la coca, representativos del enorme potencial de esta planta. Y que en Colombia el Cabildo indígena de Cerro Tijeras organiza un festival gastronómico de la coca del 3 al 5 de julio. Tal como lo anuncian los organizadores del festival, se trata de exponer las alternativas gastronómicas, económicas y de soberanía alimentaria que ofrece la hoja de coca.
Debido a la torpeza de las políticas que se aplican hoy día contra las drogas en general -y contra la coca en particular a pesar de no ser ella misma una droga- en países como Colombia, la coca ha quedado encerrada en un contexto de guerra, y de conflicto social y humano. La extensión exagerada de los cultivos de coca y su canalización hacia el narcotráfico terminaron por atribuirle una carga negativa a la hoja de coca convirtiéndola por ende en objeto de un monitoreo con fines represivos. Esta es la cara más conocida de la coca: la de los enormes campos cocaleros que un día van a llegar en forma de un polvo blanco a las narices de los consumidores en otras partes del mundo; y la que, en ese proceso, genera enormes ingresos a las mafias de narcotraficantes y de ‘terroristas’ en medio de un escenario de violencia.
La comunidad de Cerro Tijeras quiere mostrar que la coca puede ser también un símbolo y una realidad de paz y desarrollo. Por eso sería bueno que los representantes en Colombia de la Oficina de la Naciones Unidas contra las Drogas y el Delito se dieran esos días un viajecito por el Cauca, y se acercaran a escuchar por ejemplo la exposición de Fabiola Piñacué, que se va a referir en el festival al tema de las posibilidades de la coca en la cocina, o dialogaran con la ecóloga Dora Troyano quien lleva años dedicada a investigar y trabajar en temas de coca con las comunidades ancestrales. De este modo, quizás, además de publicar su informe anual sobre la extensión de los cultivos de coca, la producción de cocaína y las actividades del narcotráfico, la UNODD comenzara a ver la utilidad de promover los usos sanos de una planta que, a pesar de todos los programas de erradicación que le apliquen, no va a desaparecer de la faz del planeta.
Amira Armenta
Coca is not a drug – Foto Nick Buxton
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